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lunes, 25 de junio de 2012

Pulse para desbloquear

Una tarde me despierto sin ánimos de levantarme de la cama. Sensación de vacío, creo, de hostilidad. Es cuando no quieres: No quieres a nadie a tu lado, aunque realmente es lo que necesites. Sin pasión, ¡uy! eso nunca...

Pasión: Se dice de... Palabra... Palabra que significa... Palabra que no sé que existe. Es pronunciada por mí en caso de observar euforia y algo parecido a la felicidad en un momento de bienestar resultado de administrarse drogas. Lo pronuncio porque se asemeja, porque no sé lo que es.

Pulse "*" para desbloquear me dice el móvil. Me lo recuerda a las 16:35 de la tarde, que es cuando acabo de despertar. Lo pulso para acceder a mi guía de contactos. Busco el número, la persona más graciosa. Luego pienso. Decido buscar la persona que me salve de la situación en la que me encuentro, ya a diario. Justo en ese preciso instante, seguidamente de incorporarme frenéticamente de mi mugrienta cama descubro que ese día tenía una cita muy importante con mi futuro, pero soy un malqueda de serie. Agito la cabeza en forma de negación, enciendo un cigarro y olvido el mundo entero durante los minutos que escucho mi melodía de "El nacimiento y la muerte del día". Me recreo una fantasía en mi cabeza para alegar algunas posibles excusas que exponer al futuro. Las desecho y decido mantenerme en penumbra el resto de mis días. Morir de hambre en alguna esquina de mi cuarto cuadrado con espacio para los únicos que no tienen más remedio que ver cómo muero. Una cama, un escritorio abarrotado de libros que algún día tocará ceder, una estantería con los estantes rotos, la gruesa capa de polvo que me acompaña y adora que la roce, las nueve arañas situadas estratégicamente en cada esquina del cuarto para así atacarme a la vez algún día, cuando noten que yo duerma. Ya nadie me visita ni me habla. A veces, sólo a veces, me visita el fantasma de una antigua afición. ¡Ay! mi antigua afición, nunca te quise y nunca te echaré de menos. Ahora quizás te eche de menos...
Supongo cuando digo una cosa así suelo ahorrar tener que pensar. La afición no me salva del destino, ni su amor de salva de mi destino propio. Decido dormir ¡No! no puedo. Decido correr, no me da la gana. Decido amar, no puedo, el amor es una tontería. Correr el riesgo de haber corrido delante de su mirada y haberme reído en su cara, como sin mañana. Sin ataduras, dejadme en paz.

Al finalizar el día me recuesto con mí. La llama se apagó hace tiempo, el puente aún está libre. Libre de acusación de orines.

Ya simplemente casi compadezco; los días que tenéis delante de vuestra mierda de vida, mierda de cuerpo, mierda de palabras, mierda de sentimientos, no sabéis nada: absolutamente nada n-a-d-a naaaaaaaaadaaaaaaaaaa. Yo sé cuál es la única salida mientras que vosotros buscáis la única forma de gozo, de diversión, de cómo llorar por algo innecesario, de cómo culpar y quedar impune de cualquier palabra que haya salido de la boca de un ser superior a cualquier palabra, cualquier palabra que quiera decir cualquiera que haya escuchado el mar tóxico de la costa del golfo californiano.

Y esto puede seguir. Sí, lo tengo escrito. Los que leéis tenéis futuro. Los que me leéis no tenéis suficiente vida porque yo la acaparo en este preciso momento y os hago enloquecer ¿sí?, ¿no?
Morir todavía y no.



Vosotros nunca alcanzaréis a mirar a mi jardín cortado. Nunca lo miraréis. Nunca os llegará el olor de sus flores negras, de los almas que por aquí pasean y que amáis en silencio, andad correr y nunca lo alcanzaréis.








Porque yo soy el único que conoce mis pasos, mis personalidades compartidas con los demás. Mis personalidades son las llaves y cada persona tiene la mitad de una de las 90 llaves. Yo las tengo todas, todas y puedo pasearme por el jardín cortado cuando quiera.

Cóseme el corazón de piedra.

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