Cuando todo me abandonó, intenté seguir el camino que presenta la vida. Hay veces que el camino se pone muy difícil; otras en cambio todo está hecho y no se tiene la oportunidad de sentir cómo se vive en una situación así.
Cuando de todo me aparté, me odiaba a mí mismo. Odiaba no tener nada que hacer. Odiaba esa sensación, porque de esa forma queda tiempo para pensar; y no cosas buenas. Pensar que no tienes nada, apenas cabello, que por mi enfermedad y su tratamiento lo hizo debilitarse. Esta enfermedad me dejó en un estado decramado, en doble sentido: tanto físico como sentimental.
No puedo ni podría decir que todo lo tuviera... Era uno más en esta sociedad derrochadora y consumista, que es a su vez poco afable a sus hermanos. Era uno más, un derrochador, un mentiroso, un ladrón, un aprovechado, un manipulador, un conquistador... también conseguía hacer llorar a una madre.
Todas esas profesiones, por desgracia, las poseen todos los millones de personas que habitan este planeta. Es una pena que a mi cerebro inteligente, artístico, poeta no sepa describir en menos de cinco palabras para definirse a él mismo y sus hermanos... millones de hermanos desconocidos.
Ya, cuando yo era un jovenzuelo. Cuando vivía como el que más. Cuando podía tener en mis manos libros hermosos. Cuando podía cortejar a las mozas de mi edad... la tormenta llamaba intermitentemente a la puerta de casa. Sin darme cuenta de lo que sucedía. Persona sin hogar, sin comida ni diniero... Personas que por bien o por mal habían acabado en la inmundicia, en la calle, en el frío. Sin amor de una madre, de una mujer, su su amada musa, de sus hijos. Sólo con su amor no deseado: la heroína. La puta heroína.
Al no tener más que la mente fría, sin pensamientos relacionados con el futuro sino con qué hacer mañana para seguir en este mundo cruel y de gente hostil, intento llorar, pero no salen lágrimas... sólo sueño y dolor.
La apatía, el sufrimiento y el frío del invierno, se apoderan de mi alma. Desaparece la luz que ilumina y calienta las palabras y no sé qué decir, solamente queda el pensar los recuerdos del pasado... De esa manera ahuyentar el hambre y el cansancio... y el horroroso frío.
Otro día más en la calle. Creo que son ya dieciséis. Medio mes sin casa; medio mes sin nada ni nadie.
Parece mentira dónde vivo y que nadie si haya preciado por preguntarme qué tal estoy.
Lo veo normal, no me conocen. Tengo unas pintas horrorosas, mugrientas, oscuras y viejas, me apartan de sus pensamientos, de sus palabras. Me apuntan con el dedo y, los renacuajos, alguna vez me han lanzado piedras... una me lastimó el ojo izquierdo y he perdido un gran porcentaje de visión.
Hoy sólo me basta con deleitarme con el olor que sale de una panadería por fuera, o mejor, desde la otra acera... Echo de menos tanto el comer que con ese olor me vendría...
Ahora me doy cuenta de que solamente estoy. Respiro. Estoy. No miro más que el horizonte pintado con sus noches azules y los días naranjas. El día que me alegra es cuando está gris, como mi corazón abandonado y helado.
Miro desenfocado, sin ánimo de querer mirar. No tengo distracciones, no tengo calor, no tengo con qué hablar.
Dieciséis son los días que llevo sin tomar bocado. Dieciséis son los días que he pasado bajo este puente. Dieciséis son los días que me he culpado del porqué estoy aquí. Dieciséis son los minutos que no paro de pensar en las últimas palabras que me dijo mi único amor, mi musa...
Un simple cuarto de hora que no he necesitado ni comer, ni una manta, ni pensar qué hago aquí. Dieciséis fueron mis únicos minutos de evasión y libertad mental. Mi auténtico nirvana. Mi cumbre del clímax no oscuro ni gris como mi corazón, sino claro como el cielo verde de una tarde de mi tierra.
Echo de menos también la superflua consideración de la gente y su falsa condescendencia cristiana. Muchos que colaboran en este último grupo se hacen pasar por ovejas del rebaño de Dios y no saben dirigir la palabra a una persona enferma bajo un puente.
Voy a dormir y espero morir de una hipotermia, silenciosa. No volver a despertar en este cruel mundo de seres que odian indirectamente su existencia con sus hermosos actos propios.
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